lunes, mayo 05, 2008

A mis treinta y diez. Recuerdos (I)


Decía Sabina que a sus cuarenta y diez aun no estaba plantado el arbol para la madera de su ataud. La edad es una convención y el sistema decimal un fruto del azar de la evolución. Sin embargo, los mojones que se han plantado de forma tan arbitraria en el transcurso de nuestra vida son un buen punto para detenerse y reflexionar. Son la excusa perfecta para parar, dejar la mochila en el suelo, beber un trago de la cantimplora y echar una mirada al camino recorrido.

Hoy cumplo los cuarenta. Según las expectativas de vida en esta zona del mundo, es aproximadamente la mitad de mi vida. Buen punto para sentarse, mirar atrás y hacer recuento de lo realizado hasta el momento.

¿Qué es lo que veo? Dejando atrás la infancia, recuerdo los cientos de kilómetros andados en mi juventud, por montes y caminos. Hay experiencias que dejan una marca en el carácter, a parte de hacerse prueba de nuestra condición. Recuerdo particularmente una experiencia de hace dieciocho años. En la Semana Santa de 1990 nos fuimos us amigos a pasar unos días por Picos de Europa. Era Abril y, aunque no eramos novatos en la montaña y sabiamos que el tiempo siempre es traicionero allí, no contabamos con más dificultades que la habitual niebla y, quizá, algo de lluvia. El plan no era tampoco complicado: subir por el teleférico de Fuente Dé y, una vez arriba, dirigirnos bien hacia los Horcados Rojos para acercarnos al Urriellu o tomar hacia la zona de Torre Cerredo. El tiempo mandaba y no esperabamos estar más de 3 o 4 días. Como ya sabíamos de que iba la cosa, pusimos algo más comida, especialmente energética, y algo más de gas. El viaje ya empezó con mal pie. Salíamos el viernes de noche, porque había que dejar en Santiago a la novia de uno que se iba de viaje. El avión, por supuesto, se retrasó, y acabamos saliendo cerca de la una de la madrugada. Por aquel entonces, nuestros vehículos eran dos Seat 127, con un par de cientos de miles de kilómetros cada uno en sus ejes. Así que no es de extrañar que, al poco de salir, a uno de ellos se le rompiese el escape. Tuvimos que hacer una reparación de emergencia en una gasolinera, con una lata de aceite y alambre, pero continuamos el camino.

Tras toda la noche conduciendo (las cosas que se hacen con 21 años), llegamos a Fuente Dé, para recibir la siguiente sorpresa: el teleférico estaba de reformas y no funcionaba. La alternativa era subirse una pared de mil metros que forma el lateral del valle en el que está el Parador. Bueno, había un camino para subir (más o menos) y por sitios peores habíamos pasado, así que cogimos las mochilas y tiramos para arriba. El camino en la pared al principio estaba relativamente despejado, pero al llegar a algo más de la mitad se convertía en un cañón, el de la Jenduda (si la memoria no me falla), que, en aquella época del año estaba cubierto de barro y agua de deshielo. Para colmo, cuando paramos a descansar a mitad del camino, encontramos una pequeña cruz con un plato de alumino en el que estaba grabado: "Algo se muere en el alma cuando un amigo se va". Justo lo que te da ánimo.

Era ya media tarde cuando llegamos al valle que hay arriba de la pared. Llevábamos más de 24 horas sin dormir, así que plantamos las tiendas y nos dispusimos a descansar. Como era previsible, siguieron las sorpresas. Llevabamos dos tiendas pequeñas para los cinco. Una de ellas era una tienda tipo iglú, de montaña, nueva y pensada para el sitio. La otra era una canadiense de dos plazas que nos habían prestado en el último momento. No la habíamos revisado (grave error cuando se va a la montaña) y al montarla nos encontramos con que las argollas donde se sujetan los palos al interior no existían. Tuvimos que apuntalarla con unos palos de esquí. Además, como comprobamos aquella noche, la cubeta, el suelo de la tienda, estaba rajada por varios sitios, y entraba el agua que se derretía de la nieve. No lo dije, pero a 2.000 metros en abril hay mucha nieve todavía. Así que pasamos aquella noche como pudimos y esperamos acontecimientos para el día siguiente.

Mañana continuaré el relato.

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